Bienvenidos
“Porque
mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras
renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá” (Isaías
28:10).
La Biblia es su propio intérprete. Debe compararse texto con texto. El
estudiante debería aprender a considerar la Biblia como un todo y a ver
la relación que existe entre sus partes. Debería adquirir el
conocimiento de su gran tema central, del propósito original de Dios
hacia el mundo, del comienzo de la gran controversia y de la obra de la
redención. Debería, comprender la naturaleza de los principios que
luchan por la supremacía, y aprender a rastrear su obra a través de las
crónicas de la historia y la profecía, hasta la gran culminación.
Debería verificar cómo interviene este conflicto en todos los aspectos
de la vida humana; cómo en su mismo caso cada acto de su vida revela uno
u otro de esos dos motivos antagónicos; y cómo, consciente o
inconscientemente, ahora mismo está decidiendo en qué lado de la
contienda se va a encontrar.
Todas las porciones de la Biblia son inspiradas por Dios y provechosas.
Tanta atención merece el Antiguo Testamento como el Nuevo. Al estudiar
el Antiguo Testamento hallaremos manantiales vivos que brotan de lugares
donde el lector indiferente sólo haya un desierto.
El libro de Apocalipsis, junto con el de Daniel, merece estudio
especial. Cada maestro temeroso de Dios debería considerar cómo
comprender y presentar más claramente el Evangelio que nuestro Salvador
en persona vino a dar a conocer a su siervo Juan: "La revelación de
Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que
deben suceder pronto".* Nadie debería desanimarse al estudiar el
Apocalipsis a causa de sus símbolos aparentemente místicos. "Y si alguno
de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos
abundantemente y sin reproche, y le será dada".
“Bienaventurado
el que lee, y los que oyen las palabras de la profecía, y guardan las
cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca” (Apocalipsis 1:3).
Elena de White, La Educación, 190-191.
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